viernes, 16 de febrero de 2007

EL BAUTIZO.


Camila mantenía una férrea pelea con el orificio en donde debía incrustar las llaves para entrar a su hogar. A las cuatro de la mañana, la puerta y la casa se movían por algún mágico encanto, quizás fueran los excesos de rones, de lujuria, calentura o amor. Cristian la cojia con fuerza por las caderas, dificultando aun más la misión de ingresar. Hace un rato ya que eran yuntas, él fue su mejor y leal amigo, por años escondió bajo su pantalón todo lo que su amiguita le afloraba, no fueron pocas las veces que se descubrió en una larga y candente masturbación con la imagen pegada de la Camilita Ignacia.

A él nada le importaba, era su deseo máximo y por fin había logrado que los besos y el erotismo llegaran, dejando atrás las quimeras para dar pie a la realidad de los cuerpos. Pero su deseo incontrolable también sumaba una alta cuota de cariño y afecto, es más, algunas veces pensaba que el amor había tocado su alma. En el interior de la amplia y grandilocuente casa, duermen el Toti, hermano de la Cami, sus Padres y para la gran sorpresa de Cristian, Francisco y la hija de la Drusila.

-Bebe vámonos a un motel, acá podemos despertar a alguien.
-Nop, no quiero, deseo que me lo hagas encima del sofá.
-Pero Cami por fis me da lata que alguien nos vea.
-No seas mamón hueón, si no querí te vaí… -arrastrando la i, en una muestra clara de su alto grado etílico-

Parados uno frente al otro, comenzaron a besarse con cariño y nervios, la primera vez fue a los quince años, él se enojó por que la Cami lo mordió en los labios, pero ahora, todo era distinto, los cuerpos prudentes, marcados y flexibles desarrollados por la buena vida, permitían encender con rapidez lo que ambos querían. Aunque Cristián no podía creer lo que estaba sintiendo trato de ser suave y firme a la vez.

La mano recorrió toda la espalda jugando con el sostén y los tirantes, los voluptuosos pechos de la Cami se mostraron vivos y generosos. En un rápido movimiento la joven madre introdujo su mano en el pantalón buscando el miembro para apretarlo y sacarlo de sus casillas. La imagen era desgarradora, recuperando el tiempo perdido, gimiendo suavemente ante los besos en el cuello que le desgarraban la piel de los sentidos y la exhalación fuerte y candente del macho cabrio.

Una fuerza demoledora movía a la Cami. Se sacó la ropa con premura. Y no tuvo ningún problema con que su eterno amigo la masturbara con fuerza metiendo tres dedos de la mano. Ella nunca permitió que el papá de la Drusila, Francisco, la masturbara, con él era todo fóme, se trataba de meter y sacar lo más rápido posible. Aunque Francisco era un abnegado, trabajador y excelente padre, no llenaba las ansias y deseos de la Camilita. Quien, aunque agradecía que nunca la dejó sola ni siquiera cuando la Drusila no fue la mejor noticia que esperaban en la casa de ella, también sentía que los hombres estaban para complacerla y que Dios la había premiado entregándole una buena ex pareja y un muy responsable padre.
Cristian ingresó con fuerza al interior, ella abriendo sus piernas sobre el sofá, permitía una cómoda posición para el penetrante amante.
Acariciaba la piel y encogía la cabeza como en un signo de contemplación y furia sexual, una y otra vez. Las arremetidas generaban sudor por los cuerpos, el ritma candente y rápido movía sus músculos en un agobiante práctica.

En un impulso indescriptible, la Cami giro para apoyar sus manos en el sofá quedando en noventa grado. Era claro, quería sentir la bestialidad de los perros. Alguna vez intentó que Francisco la penetrara de esa forma, pero al intentarlo el dolor fue más fuerte que su deseo y como siempre, terminó culpando a su mamona pareja de todo. Pero esta vez, el alcohol y la liberación del yugo de la pareja la había transformado en un ser salvaje y sin arrepentimiento. Al principio el dolor la obligo a contraer el ano, pero con el ritmo y la transpiración más la humedad de la zona, permitieron relajar y abrir paso al gorila desatado.

Al finalizar un grito sordo salió por la boca de Cristian. El fluido quedo guardado en el interior de su amada y bella amante, los ojos penetrantes de Camila saboreaban las últimas gotas del sudor de fuego. Unas gotas de su ímpetu cayeron sobre la alfombra, lo que los hizo girar la cabeza para descubrir que en el ángulo de la mancha, la aguardaba la tierna mirada de su hija Drusila y el corazón destrozado de Francisco, quien secaba sus lágrimas sin emitir sonido alguno.

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