
En cada ser hay una luna abierta al sol y de esta a la tierra, como siempre, por siempre y para siempre… a los Budas de los cuatro vientos, hasta que todos seamos Budas... Voto por salvarlos a todos y a todas.
La primera enseñanza que recibí fue de mi amada ex polola, y es amada por que amo a todas las mujeres que han bailado conmigo esta danza llamada vida, dejándome un cúmulo exquisito de riquezas y enseñanzas. Ella me demostró que el amor es un acto incondicional que no debe esperar nada a cambio y que cuando las cosas se acaban en tu corazón, alma y cuerpo, solo puede haber alegría y devoción. Nada puede ser obligado, ni dominado, menos los sentires de otro ser humano, tan divino y maravilloso como tu. Un yo que no es yo, pero que es igual al YO UNIVERSAL.
La segunda maestra, fue mi abuelita de 95 años, quien estuvo a punto de morir por una complicación médica, ella me enseñó que el amor por la vida y la fuerza de voluntad para enfrentar cualquier problema pueden mover montañas. Si ella pudo superar lo insuperable, ¿cómo nosotros, con más fuerza y juventud no podremos despertar y acostarnos con una gigantesca SONRISA?
El tercer maestro fue un pordiosero, un vagabundo, quizás un santo o Boditashva disfrazado de hombre, jugándome una travesura cósmica. Venía caminando de la mano con mi sagrada hija, cuando se acercó a pedirme una moneda. Por reacción innata dije no. No tengo. La verdad mentía, si tenía, pero en ese momento no quería darle. Me acorde del viejo: “Dice no tener”. Y como desde un tiempo a esta parte estoy obsesionado con la coherencia entre lo que profeso y lo que hago, me acerqué y le dí un aporte. Vio la suma y me dijo que Dios lo bendiga "maestro". Gire la cabeza, sonreí y le dije: lo siento pero no creo en Dios. El me siguió y me pregunto ¿Eres ateo "maestro"?, no le dije, quizás sea agnóstico. A me dijo, pero esos si creen… Volví a sonreír y le dije: tienes toda la razón creo en un Dios, pero en uno por el cual no se mata en su nombre, siento que creo en mi dios del interior. Entonces fue el quien rió, y me dijo; entonces que tu Dios te bendiga…
La cuarta maestra es mi hija, quien con una capacidad innata y superior puede ser feliz en todo momento, sin importar con quién, dónde o cómo este. Ella danza y sonríe y en cada despedida abre sus brazos y te regala un gigantesco “Besho”. Me recuerda esa enseñanza que dice: Si te vas, que te vaya bien, si vuelves, que seas bienvenido.
La primera enseñanza que recibí fue de mi amada ex polola, y es amada por que amo a todas las mujeres que han bailado conmigo esta danza llamada vida, dejándome un cúmulo exquisito de riquezas y enseñanzas. Ella me demostró que el amor es un acto incondicional que no debe esperar nada a cambio y que cuando las cosas se acaban en tu corazón, alma y cuerpo, solo puede haber alegría y devoción. Nada puede ser obligado, ni dominado, menos los sentires de otro ser humano, tan divino y maravilloso como tu. Un yo que no es yo, pero que es igual al YO UNIVERSAL.
La segunda maestra, fue mi abuelita de 95 años, quien estuvo a punto de morir por una complicación médica, ella me enseñó que el amor por la vida y la fuerza de voluntad para enfrentar cualquier problema pueden mover montañas. Si ella pudo superar lo insuperable, ¿cómo nosotros, con más fuerza y juventud no podremos despertar y acostarnos con una gigantesca SONRISA?
El tercer maestro fue un pordiosero, un vagabundo, quizás un santo o Boditashva disfrazado de hombre, jugándome una travesura cósmica. Venía caminando de la mano con mi sagrada hija, cuando se acercó a pedirme una moneda. Por reacción innata dije no. No tengo. La verdad mentía, si tenía, pero en ese momento no quería darle. Me acorde del viejo: “Dice no tener”. Y como desde un tiempo a esta parte estoy obsesionado con la coherencia entre lo que profeso y lo que hago, me acerqué y le dí un aporte. Vio la suma y me dijo que Dios lo bendiga "maestro". Gire la cabeza, sonreí y le dije: lo siento pero no creo en Dios. El me siguió y me pregunto ¿Eres ateo "maestro"?, no le dije, quizás sea agnóstico. A me dijo, pero esos si creen… Volví a sonreír y le dije: tienes toda la razón creo en un Dios, pero en uno por el cual no se mata en su nombre, siento que creo en mi dios del interior. Entonces fue el quien rió, y me dijo; entonces que tu Dios te bendiga…
La cuarta maestra es mi hija, quien con una capacidad innata y superior puede ser feliz en todo momento, sin importar con quién, dónde o cómo este. Ella danza y sonríe y en cada despedida abre sus brazos y te regala un gigantesco “Besho”. Me recuerda esa enseñanza que dice: Si te vas, que te vaya bien, si vuelves, que seas bienvenido.
Mi quinto maestro, es mi amado guía, a quien debo mucho de lo que soy, quien con su fuerza espiritual, su sencillez y su envidiable forma de vivir la vida desde la coherencia, ha hecho suyo el llevar la práctica marcial como una forma de vida. Gracias por encender nuestros corazones con la pasión de los guerreros diamantinos… aunque solo seamos unos eternos discípulos del amor y la compasión.
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